Hideshi Hino vuelve a demostrar por qué es uno de los grandes maestros del horror japonés con Mandala, una obra tan perturbadora como hipnótica, donde el terror no reside solo en los monstruos, sino en la angustia existencial que impregna cada página.
Una niña, un ojo y el infierno que la habita
La historia nos presenta a Sayoko, una niña nueva en el colegio, extraña y solitaria, con una mirada que incomoda a quienes la rodean. Pronto descubrimos que no es una niña común: es la hija del líder del infierno, enviada al mundo humano con una misión imposible —salvar el infierno, que se está derrumbando y perdiendo su conexión con el mundo de los vivos.
Su única esperanza radica en encontrar los “ojos de Dios”, piezas sagradas que podrían restaurar el equilibrio perdido. Pero en ese proceso, Hino nos sumerge en un descenso hacia lo grotesco y lo simbólico, donde la frontera entre el bien y el mal se vuelve irreconocible.
Un viaje entre lo onírico y lo infernal
Como en El niño gusano o Panorama infernal, Hino combina una narrativa cargada de simbolismo con imágenes que desfiguran la realidad. En Mandala, los paisajes parecen respirar, las sombras se alargan más de lo natural y los rostros humanos se deforman para reflejar la desesperación interior de sus personajes.
La ambientación escolar, inicialmente familiar, se convierte rápidamente en un escenario de pesadilla donde la soledad y la alienación son tan palpables como el miedo. Sayoko, con su ojo de cuarzo que todo lo ve, se mueve entre el rechazo y la incomprensión, convirtiéndose en un espejo del horror interior de la humanidad.
La estética del malestar
El trazo de Hino es inconfundible: grotesco, espeso y lleno de texturas que casi pueden olerse. Cada línea parece temblar, transmitiendo una sensación de movimiento constante, de carne viva.
Lo fascinante de Mandala es cómo el dibujo se convierte en una extensión emocional del relato. No hay belleza convencional, sino una estética del malestar, donde cada viñeta busca incomodar al lector, obligarlo a mirar de frente lo que normalmente evitaría.
El resultado es un manga que no solo asusta, sino que perturba, generando esa incomodidad tan característica del terror psicológico japonés.
Soledad, culpa y redención
Más allá del horror visual, Mandala es también una reflexión sobre la soledad y la búsqueda de sentido. Sayoko encarna el aislamiento de quienes son diferentes, de los que cargan con un destino que no eligieron.
El infierno, en este caso, no es solo un lugar físico, sino un estado del alma: el reflejo de una humanidad fragmentada, incapaz de redimirse.
Hino nos recuerda que el verdadero terror no siempre proviene de los demonios, sino del vacío que dejan nuestras propias emociones cuando pierden forma.
Conclusión: un descenso imprescindible para los amantes del horror
Mandala es una obra que se lee con fascinación y desasosiego a partes iguales. Su historia, a medio camino entre la fábula macabra y la parábola metafísica, consolida a Hideshi Hino como un autor capaz de transformar el horror en arte.
Si disfrutaste El niño gusano o Panorama del infierno, este título es una lectura obligada. No solo por su potencia visual, sino por la forma en que consigue que el lector sienta el terror más allá de las palabras.
