«Anzu. Gato Fanstama»: Una experiencia visual al más puro estilo Ghibli
Anzu, gato fantasma es una película que, a primera vista, parece sacada del imaginario de Studio Ghibli: la calma del entorno rural, una criatura mágica con comportamiento humano, y una niña que debe enfrentarse a un momento vital clave. Dirigida por Yōko Kuno y Nobuhiro Yamashita, esta cinta japonesa propone una historia de pérdida y crecimiento envuelta en una estética cautivadora.
Sinopsis
La historia gira en torno a Karin, una niña que es dejada por su padre en el templo budista de su abuelo. Allí conoce a Anzu, un gato fantasma que ha vivido durante generaciones con la familia, sin llegar a morir, y que ha adquirido una forma casi humana. A pesar de que Anzu no parece muy interesado en la niña al principio, ambos acaban formando un vínculo cuando Karin empieza a hablar de su dolor por la muerte de su madre. Juntos emprenden un viaje simbólico que culmina en una travesía hacia el más allá, donde Karin se enfrentará a su pérdida y a su duelo.

Opinión
La película es, ante todo, una experiencia visual. Con una animación que mezcla rotoscopia y dibujo tradicional, cada plano se siente artesanal y poético. Hay una clara inspiración en el estilo de Ghibli, especialmente en Mi vecino Totoro, y eso se nota tanto en la atmósfera como en la relación entre criatura mágica y niña.
Sin embargo, donde Anzu, gato fantasma brilla visualmente, tambalea narrativamente. El guion tarda casi una hora en llegar al núcleo emocional de la historia. Durante ese tiempo, vemos la vida diaria de Anzu, sus pasatiempos, sus interacciones, pero no se profundiza en su origen ni en el motivo de su existencia como espíritu. Ese ritmo pausado y contemplativo podría haber jugado a su favor, pero se convierte en un arma de doble filo. Aunque esto aporta ternura y carácter al personaje, acaba distrayendo de lo que realmente importa: la historia de Karin y su duelo.
La conexión entre Karin y Anzu es el núcleo emocional de la película, pero se siente postergada. El espectador tarda en comprender que el conflicto central gira en torno a la muerte de la madre de Karin y el proceso de aceptación que ella debe atravesar. Cuando por fin la trama entra en este terreno, lo hace de forma acelerada y con menos profundidad de la que podría esperarse, restándole fuerza emocional al desenlace.

Además, hay elementos narrativos que se presentan pero no se desarrollan del todo, como el origen de Anzu, su vínculo con la familia, o el propio universo espiritual que propone la película. Se echa en falta una mayor conexión entre lo mágico y lo emocional: hay símbolos potentes, pero no siempre se les da el espacio necesario para respirar o cobrar sentido.
Eso sí, hay que reconocerle a la película su honestidad y su calidez. Es una obra que no busca el impacto fácil ni el drama exagerado. Prefiere lo íntimo, lo suave, lo cotidiano. Y para ciertos públicos, especialmente amantes del cine contemplativo o de estética Ghibli, esto puede ser suficiente para disfrutarla.